Boon, aun era capital de la alemana izquierdista, ciudad-ministerio, minada de periodistas. Me encontraba ahí una tarde invernal de 1986. Tomaba rubias cervezas para combatir el frio junto con muchos de mis colegas. Entonces lo vi por primera vez. Kapusckinki era un hombre alto corpulento, dotada de un gran espíritu de sabiduría. Me saludó presentándose en alemán, después de pedirme Análisis una revista Chilena. Yo no recuerdo ese momento, seguro que balbuceé me quedé anonadado, porque lo admiraba.
Lo admiraba, pues siempre fue ético y nunca consideró a los protagonistas de sus noticias como entes de opinión pública, trabajó en periódicos bastante conservadores con una excelente ética de la información. Escribió siempre la noticia de la perspectiva de los marginados. De los que el tiempo siempre suele olvidar. Los que realmente pierden en una guerra.
Ese día me hizo preguntas sobre Chile y acerca de cómo mantener una revista como “Análisis” y no perdimos el contacto.
Volvimos a encontrarnos en el 2002, miembros del jurado internacional del premio Grizane Cavour en Turín, Italia. Después del evento fuimos a una cafetería a recopilar como había cambiado el mundo. Me mencionó su preocupación por el poder que tienen los medios y los grandes grupos económicos. No dejó de mencionarme Polonia y la monstruosa convicción de que el capitalismo salvaje es sinónimo de democracia.
Nos acongojamos al mencionar las nuevas generaciones. De la absurda tendencia googleana del periodismo, de la noción de la nueva escuela, de vender imagen sin saber por qué y para qué se escribe. Volvimos a quedar en contacto además quedamos en formar una escuela.
En noviembre de 2004, viví en carne propia los temores de Kapusckinsky. En Varsovia una entrevistadora progresista me dio su aprobación del gobierno de Pinochet. Después de mandarla a la mierda intenté encontrarlo en su ciudad natal .Cuando lo encontré, una vez más me habló de la ideologización de todo en nombre de una pretendida libertad que supuestamente es para desideologizar. Esa era parte de la guerra sin soldados que tanto le preocupaba, esa guerra de mentiras para justificar el hedonismo que sostiene a la sociedad occidental, a la cultura de la insolidaridad y del revisionismo histórico.
No volvimos a vernos, quedó pendiente una cita para junio de este año, en Turín, a la que acudiré y con el recuerdo de mi amigo Ryszard Kapuscinski caminaré hasta encontrar un lugar tranquilo para beber un vaso de vino y hablar de las embarcaciones que día a día llegan a playas mediterráneas cargadas de sobrevivientes famélicos y de africanos muertos mucho antes de empezar el viaje; muertos por siglos de expoliación y abandono. Y mi amigo dirá: “Su historia es muy trágica, pero el hecho de que esa gente sobreviva y sepa reírse, nos dice que tienen un alma maravillosa”. Eso dirá mi amigo, el Maestro Ryszard Kapuscinski.
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